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Por lo tanto, una maldición consume la tierra;
    sus habitantes tienen que pagar el precio por su pecado.
El fuego los destruye,
    y solo unos cuantos quedan con vida.
Las vides se marchitan,
    y no hay vino nuevo;
    todos los parranderos suspiran y se lamentan.
Se ha callado el alegre sonido de las panderetas;
    ya no se escuchan los felices gritos de celebración
    y las melodiosas cuerdas del arpa están silenciosas.

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